Stop a los trastornos alimentarios

SPC
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El médico de Atención Primaria puede ser clave para detectar estas alteraciones, más comunes en mujeres adolescente que en hombres

Los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) son la tercera enfermedad crónica más frecuente entre adolescentes, según datos de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), por ello se pretende poner el foco en la importancia de su «prevención y diagnóstico precoz» para evitar la «cronicidad y morbimortalidad que conlleva», señala la doctora y miembro de la asociación, María Esther Varela. 

Los TCA «se caracterizan por una conducta alterada de la ingesta de los alimentos» y aparición de «comportamientos de control de peso extremos», tales como purgas, ejercicio intenso o consumo de diuréticos, según Varela. Aunque afectan a ambos sexos, son dos veces y media más frecuentes en mujeres, siendo su prevalencia en España de 4,1 a 6,4 por ciento en ellas entre 12 y 21 años, y de 0,3 por ciento para los hombres. 

La adolescencia es una etapa de tránsito en la que se van consolidando costumbres y creencias que van a influir en la vida adulta, por ello es fundamental la educación en hábitos de alimentación, ejercicio, gestión de conflictos psicológicos y fomento del espíritu crítico. El Grupo de Atención Comunitaria de la SEMG insta a prestar especial atención a los jóvenes en esta etapa que presentan diabetes, obesidad, consumo de drogas, síndromes de malabsorción, trastorno obsesivo compulsivo, trastornos de ansiedad, del estado anímico de personalidad o de control de impulsos, ya que estas patologías son factores de riesgo de un trastorno de la conducta alimentaria. 

Los profesionales de Atención Primaria «juegan un papel fundamental en el diagnóstico y en la prevención», aseguran. A nivel preventivo, por ejemplo, participando en charlas sobre hábitos saludables y poniendo en marcha actividades comunitarias en el área de influencia orientada a los adolescentes. 

Desde la SEMG se recomienda estar atentos en las consultas de cabecera a la evolución del peso, a las costumbres de dieta, ejercicio, hábito intestinal, patrón de sueño y  menstrual en las mujeres, consumo de sustancias, grado de satisfacción y aficiones. 

Una exploración física general para buscar los estigmas de la anorexia y bulimia en las revisiones de salud y, en la medida de lo posible, cuando vayan a las consultas de Atención Primaria por otro motivo, puede ser una buena oportunidad para detectarlo. En este sentido, Varela señala que es aconsejable incluir en la consulta habitual una herramienta de cribado, la encuesta Scoff, formada por cinco preguntas dicotómicas que valoran la pérdida de control sobre la ingesta, las purgas e insatisfacción corporal. 

Una vez diagnosticado un TCA, es necesario contactar con una unidad especializada si la hubiese y, si no fuese así, con Endocrinología y Psicología, expone. En ese momento se debe iniciar el tratamiento nutricional de las complicaciones médicas que presente el afectado, se refuerza los patrones dietéticos «incluyendo a su unidad familiar, a la que debe ofrecerse ayuda y tratamiento si lo precisase». 

Los trastornos de la conducta alimentaria son la anorexia, la bulimia, el trastorno por atracón y los no especificados. Tanto la anorexia como la bulimia tienen en común la preocupación obsesiva de la persona por su apariencia física (peso, forma y volumen del cuerpo) y falta de control de la cantidad de alimentos ingeridos «por exceso o defecto», según la doctora Varela. 

En la anorexia la persona presenta una imagen corporal distorsionada, su autoestima está influenciada por su aspecto. Se obsesiona por mantener un peso bajo, realizar una dieta restrictiva.

En la bulimia, tras la pérdida de control sobre los atracones, el paciente pone en marcha mecanismos compensadores como vómitos forzados, uso exagerado de laxantes, diuréticos, ayuno o ejercicio extremo, entre otros. 

Por otro lado, el trastorno por atracón se produce por una pérdida de control de la cantidad de alimentos ingeridos sin conductas compensatorias asociadas. Las personas que lo sufren suelen tener sobrepeso u obesidad y mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, mientras que los trastornos alimentarios no especificados cumplen parcialmente los criterios de los anteriores y son los más frecuentes. El pronóstico mejora cuando el diagnóstico se hace en los primeros tres años y se sigue un tratamiento adecuado.